Autoría: Isaac Arriaza (ver blog)
Publicado originalmente en Revista Concejo nº5
Fetichismo, heteronomía y movilización en Cataluña.
Se hace muy complicado imaginar una persona, alguien verdaderamente interesado en los asuntos de la vida pública, que, viviendo en Cataluña, así como en el resto de los territorios que conforman la península Ibérica, quizá también en el conjunto de Europa y buena parte del continente americano, haya pasado por alto el conjunto de acontecimientos políticos –incluyendo aquí, obviamente los procedimientos judiciales- que han conformado hasta la fecha el llamado proceso soberanista. Campañas mesiánicas, declaraciones solemnes, firmas ceremoniales, chantajes y pressings –despiadados-, escenificación altisonante, urnas made in China, policía militarizada reventando escuelas, lazos como marca social y ciudades forradas de amarillo corporativo. Desde 2012, aunque con especial intensidad durante la segunda mitad del pasado año, hemos asistido a una aceleración sin parangón de los acontecimientos, de las situaciones, y se han multiplicado exponencialmente el número de actores implicados en lo que ha sido blandido por algunos sectores como una auténtica revuelta popular o, como mínimo, una revolución política de alcance significativo, cargada de una potencialidad transformadora –también en lo social, se nos ha dicho- nada despreciable.
El artículo que tienen ante ustedes, sintetiza y también renueva –por primera vez en castellano, mi lengua materna- un esfuerzo crítico vertido, a lo largo del año pasado, a través de una serie compuesta por seis textos publicados en diferentes medios digitales[1]. No han sido los únicos, afortunadamente[2]. Otras voces se han levantado, desde el antagonismo político y la autonomía, con la intención de manifestar su desacuerdo con la deriva autoritaria y la desactivación política producto de cinco largos años de recuperación institucional. Como intentaré expresar más adelante, hemos asistido a una movilización popular, sin parangón desde las protestas contra las guerras de Afganistán e Irak, a principios de siglo, que ha cristalizado justo en el momento en que la capacidad de las experiencias antagonistas para generar un discurso alternativo, contrahegemónico, era insignificante, paupérrima. El resto ha venido solo, absolutamente lubricado por la (casi) absoluta generalización de una suerte de pensamiento único. En una espiral de totalitarismo demencial, la crítica ha sido aniquilada, absolutamente pulverizada, a consecuencia de la onda expansiva provocada por el choque frontal de sendos relatos antagónicos, pero que, a su vez, se han necesitado mutuamente todo este tiempo, pues anhelan afirmarse –existir en su propio particularismo- mediante la negación del otro.
Es preciso recordar, por añadidura, sin dilación, y antes de enfrentar cualquier otra consideración, que la pretendida izquierda alternativa –abanderada del anticapitalismo y otras causas nobles en el seno de los movimientos sociales-, o, para ser justamente precisos, los que desde los altavoces institucionales decían representarles, ha abonado activamente, y en algunos casos de forma entusiasta, la falsa dicotomía que sirvió en todo momento de fundamento ideológico para justificar la existencia de un conflicto entre dos sujetos políticos –nosotros y ellos- conformados ad hoc para la ocasión. Laminando, así, en su cruzada interclasista, y con sorprendente soberbia y altanería, las posibilidades reales de contrarrestar –y, en la práctica, de combatir- las diferentes ofensivas del frente patriótico. Un frente, que en los primeros días de 2018, se ha revelado como un fenómeno puramente personalista –más bien, se podría decir que unipersonal– conformado en la figura de Carles Puigdemont y los 280 caracteres que provee Twitter.
El presente texto se estructura en tres partes diferenciadas pero íntimamente relacionadas entre sí, como no puede ser de otra manera. En primer lugar, trato de abordar lo que ha sido una hipótesis de reflexión sobre el proceso soberanista a lo largo de 2017: la conformación de este peculiar episodio político –el procés- como un fetiche, o, de forma más precisa, como un proceso que se ha mostrado particularmente proclive a generar abstraciones o conceptualizaciones simbólicas, muchas de ellas simples dogmas de fe, que han ido cosiendo, no en ausencia de avatares y tensiones, el conjunto de acontecimientos desde 2012 hasta el día de hoy[3]. Para ello, me sirvo de la relectura que la Crítica del Valor –Wertkritik, como se la conoce en alemán-, fundamentalmente de la mano de Robert Kurz y Anselm Jappe, propone en torno al primer capítulo de El Capital y, más concretamente, su célebre epígrafe donde Marx aborda la doble naturaleza de la mercancía y su carácter fetichista. Según esta heterodoxa corriente de pensamiento, Marx sintetiza, al inicio de su monumental obra de crítica a la economía política, el grueso de su concepción sobre el carácter alienante –cosificador- de las relaciones sociales –de producción, pero no únicamente- bajo el capitalismo. Y lo hace, no significando el capitalismo como un modo de producción cuya característica fundamental es el enfrentamiento, inevitable a la vez que irresoluble, entre la burguesía y el proletariado, es decir, la lucha de clases como motor de la historia; sino que, en cambio, según esta interpretación, el elemento fundamental reside en el dominio, bajo el capitalismo, de una serie de abstracciones –mercancía, trabajo abstracto, dinero y valor- que vertebran de arriba abajo las relaciones entre los individuos, con relativa independencia de su voluntad[4]. En palabras de Jappe, la mercancía no es un elemento exclusivo, original, del capitalismo, pero solo bajo éste obtiene tal grado de protagonismo y autonomía, pues sintetiza el grueso de la actividad productiva, igualándola y, a su vez, ocultándola, otorgando carácter social, únicamente, al trabajo asalariado, productor de mercancías. Aquí vemos como Marx, al abordar el fetichismo de la mercancía –y tal como lo entiende Jappe- traza una línea de continuidad que une indiscutiblemente El Capital con sus primeras –e incompletas- observaciones sobre el carácter alienante del trabajo asalariado escritas en París en 1844[5]. Porque, lejos de ser una «superestructura» perteneciente a la esfera mental o simbólica de la vida social, el fetichismo reside en la base misma de la sociedad capitalista e impregna todos sus aspectos[6].
En el segundo apartado, abordaré la controvertida cuestión de la movilización protagonizada por el movimiento independentista sobre todo a partir de los hechos acaecidos en sede parlamentaria en septiembre del pasado año. Esta empresa, requiere abordar la clásica controversia sobre el papel de la vanguardia política, el dirigismo y, además, en consecuencia, la obediencia y la autonomía en el marco de los acontecimientos que han sobrepasado el ámbito puramente institucional. Para ello, partiré de lo que considero han sido los rasgos característicos más destacables de este corto, pero intenso, ciclo de movilizaciones, haciendo especial hincapié en la irrupción de los Comités de Defensa de la República y su papel disruptivo desde una posición de autonomía ciertamente relativa. Por último, ofrezco a quien desee llegar hasta el final de estas líneas un conjunto limitado de reflexiones a modo de balance y conclusión, centradas en aquello que nunca ocurrió: la impugnación definitiva de la inocencia política con relación a la naturaleza del Estado.
Cuando el preciosismo discursivo y el espectáculo, en política, conquistan (nuevamente) la hegemonía
El fetichismo ha formado parte indisociable del proceso soberanista. Ha sido constitutivo del mismo, ha preformado las categorías políticas –el discurso, el relato- a través de las que el independentismo ha ido sorteando la ofensiva represiva de la administración del Estado, capitaneada por Moncloa, con el inestimable apoyo de PSOE y Ciudadanos. No estamos hablando, a mi entender, de una simple característica sobrevenida. En este sentido, una parte significativa del soberanismo político –es decir, su vertiente institucional- se ha replegado valiéndose de significantes que reforzaban la conformación de una identidad nacional diferenciada, de una realidad política, de un sujeto dispuesto a constituirse plenamente, claramente contrapuesto a una especie de alteridad antagónica representada en ‘los otros’ (lo español). Y, conformándose como su opuesto perfecto, Ciudadanos ha ocupado todo el espacio de la posición contraria. Eso ha perjudicado claramente a los que no han estimado oportuno abandonar elementos de análisis social y político que situaban en el centro de la discusión la disparidad de intereses y la dialéctica inherente al cualquier sociedad atravesada por las dinámicas propias del capitalismo (trabajo asalariado, desposesión, alienación, desigualdad, primacía del dinero…). Y no ha ocurrido únicamente en el ámbito parlamentario o de la política institucional entendida como una esfera separada sino que, desgraciadamente, ha condicionado, significativamente, las dinámicas del antagonismo político en Catalunya, con especial incidencia en las zonas metropolitanas, consolidando la desactivación iniciada coincidiendo con el agotamiento del último gran ciclo de protesta -que se inicia aproximadamente en 2008, con la resistencia fallida a la implantación definitiva del Espacio Europeo de Educación Superior (EEES), conocido como Plan Boloña, y finaliza en la huelga general de noviembre de 2012- y la petrificación institucional de la indignación que ocupó plaza Catalunya, poseída de verdaderas ilusiones emancipadoras en sus inicios, durante la primavera de 2011[7]. Miquel Amorós, histórico militante del anticapitalismo y de las causas libertarias en la península ibérica, ofrecía, hace un par de años, su visión sobre las derivaciones abstractas, idealistas, de la nueva política:
Contrariamente al viejo proletariado que planteaba la cuestión en términos sociales, los partidos y alianzas ciudadanistas la plantean exclusivamente en términos políticos. Se dirigen a un nuevo sujeto, la ciudadanía, conjunto abstracto de individuos con derecho a voto. En consecuencia, consideran la democracia, es decir, el sistema parlamentario de partidos, como un imperativo categórico, y la delegación como una especie de premisa fundamental. […] Hablan en representación de una clase universal evanescente que no es el proletariado sino la ciudadanía, cuya misión consistiría en corregir con la papeleta una democracia de mala calidad por una democracia buena, “de la gente”. Así pues, el ciudadanismo es un democratismo legitimista que reproduce tópico por tópico al liberalismo burgués de antaño y con mucho alarde trata de corregirlo hacia la izquierda.[8]
A lo largo de este tiempo, y aceptando las limitaciones oportunas, la hipótesis del fetichismo del proceso soberanista se revela, en buena medida plausible al ver cómo podemos reformular una sentencia del propio Jappe, eso sí, desde una perspectiva puramente política (esto es, no económica). En este sentido, y aunque, efectivamente, hayamos podido observar experiencias ciertamente impulsadas desde la autoorganización y una cierta autonomía –como es el caso de los Comité de Defensa de la República, en adelante CDR-, es necesario constatar que la otra naturaleza de la revolución política que abanderan, su faceta abstracta, ideal es la única que cuenta desde el momento en que el conflicto se dirime –fundamentalmente- en la arena de la política parlamentaria, institucional y separada. Y, por añadidura, todo intento por desplazar el conflicto del ámbito jurídico-institucional al combate concreto en barrios y muncipios, se ha demostrado infructuoso por la ausencia de una masa crítica –suficiente- capaz de poner en práctica la autonomía necesaria para acabar con la hegemonía idealista, burguesa, anclada en los términos de la tradición liberal y que siempre obvió las cuestiones de clase, socioeconómicas, vertebradora del procés desde sus inicios.
Forzando la analogía, si se me permite, y, de nuevo, sirviéndome del razonamiento del pensador francés, se podría concluir que el fetichismo en política, el fetichismo político que encuentra en el proceso soberanista su máximo exponente contemporáneo, es la reducción efectiva de toda la actividad política, de toda praxis, a los términos propios de la política espectacular, parlamentaria y separada. Y es así aun cuando tomen una forma aparentemente antagonista con el principio delegativo y jerárquico tan propio de lo que llamamos política institucional. Además, esta reducción es efectiva en el sentido de que gran parte de las experiencias políticas no vinculadas a las dinámicas institucionales, así como los individuos que las han realizado o las realizan, solo se tornan sujetos políticos (y únicamente se les otorga reconocimiento social como tales) en la medida en que comulgan con los términos de la reducción efectiva, de la abstracción, en este caso, fundamentalmente político-religiosa, a la que se hacía referencia.
Por otro lado, y a su vez, el proceso soberanista se ha revelado como una auténtica totemización política y, en este sentido, ha construido su relato a través de la concatenación de solemnidades discursivas y momentos ultra-trascendentes, catárticos, aderezados mediante una puesta en escena preciosista –de manera especial en lo comunicativo- que en no pocas ocasiones ha rozado lo naíf, cuando no el narcisismo, y una exagerada preocupación por la estética. Además, según mi parecer, el capitalismo y el proceso soberanista convergen en la adoración a una categoría abstracta –fantasmagórica, si fuese posible otorgarle a Marx la palabra-, creada por los hombres y las mujeres, producto de sus cerebros, que, de repente, adquiere cualidades mágicas, sobrenaturales. Estas categorías abstractas, pero sin duda reales, ya que conforman una determinada concepción del mundo que configura las posibilidades de acción en lo cotidiano, que corresponden al capitalismo y al procés respectivamente, son el dinero –esto es, la mercancía- y la independencia. Las multitudinarias love parade independentistas acontecidas en los últimos años y la masiva afluencia de consumidores a los centros comerciales con ocasión del último Black Friday son la mejor plasmación gráfica de la naturaleza alienante que, si bien con leves diferencias, vincula las dos realidades fetichizadas[9].
En este punto, se hace evidente, y nuevamente de la mano de Jappé, que el fetichismo de la mercancía, fundamento de la crítica de la economía política y, por tanto, del capitalismo, es la continuación, la derivación lógica, materialista, de otras formas de fetichismo social como el fetichismo religioso. Aquí, debido a la forma que han adoptado los acontecimientos en Cataluña, sobre todo durante 2017, y con intención de aproximarnos a este fenómeno de forma crítica, es necesario retroceder tras los pasos de Marx y ofrecer un análisis antagónico del proceso soberanista como forma de fetichismo político; o, dicho de otra manera, como proceso político que se ha mostrado un fértil generador de abstracciones. A saber: derecho a decidir, referéndum, voto (en todas sus derivaciones léxicas), democracia, independencia, república, urna, etc. Todas ellas, aun cuando algunas ciertamente significativas no han llegado siquiera a materializarse de forma tímida, han conformado, sin lugar a dudas, la totalidad significante, simbólica y, a su vez, preformativa, del proceso político que nos ocupa; estructurando y jerarquizando, así, los términos a través de los que toda expresión política debía conformarse y manifestarse para obtener reconocimiento y existir, efectivamente, como tal.
Con el tiempo, aunque parezca mentira, hemos podido observar como una abstracción más, quizá la definitiva, se ha erigido en lo alto del templo de fetiches políticos del independentismo. Junts per Catalunya (JxC), un producto digno de la ingeniería política posmoderna de corte populista, y el mismo Puigdemont, se han revelado como la forma cósica definitiva, esto es, el producto electoral, que concilia, a la vez que oculta, todas las contradicciones y las pulsiones que han atravesado el movimiento soberanista durante el pasado año, especialmente desde los hechos ocurridos en el Parlament en septiembre. Ciertamente, y como gran paradoja, la fórmula populista-nacionalista de JxC ha fagocitado de un plumazo gran parte del protagonismo y el bagaje movilizador (fundamentado en un dirigismo férreo, como veremos más adelante) de la Assemblea Nacional Catalana (ANC, en adelante) y Òmnium Cultural, organizaciones de la sociedad civil que habían capitalizado las muestras de apoyo popular a la causa independentista a través –fundamentalmente- de las diferentes manifestaciones con ocasión del 11 de septiembre. En este sentido, se refuerza, aun más si cabe el personalismo característico de la etapa de Artur Mas al frente del Consell Executiu.
A modo de profético adelanto –y todo el imaginario político alrededor del referéndum del primero de octubre del pasado año se ha encargado de corroborarlo-, ya en 2016, Amorós apuntó que la revolución ciudadanista empieza y termina en las urnas[10]. La pequeña urna de plástico –ataviada de su correspondiente packaging-, otro de los grandes fetiches sublimado, esta vez sí, en mercancía propiamente dicha, se puede adquirir fácilmente en quioscos o librerías de poblaciones afines al soberanismo independentista.
Una intensa identificación con los liderazgos: la movilización secuestrada
No sería, desde luego, riguroso negar la presencia de ciertas tensiones procedentes de la autonomía, la autogestión y el cuestionamiento militante –en ocasiones, en exceso voluntarista- de la jerarquización y el dirigismo, que han caracterizado, sin duda alguna, el proceso soberanista desde sus inicios pese a la apariencia de horizontalidad. Efectivamente, hubo quien deseó que las movilizaciones superaran de forma irreversible la excesiva institucionalización del movimiento, nítidamente identificable a partir de los comicios autonómicos de 2015. Quizá, y haciendo autocrítica respecto a lo que apunté en octubre del pasado año, no lo contemplé en su justa dimensión[11]. Por otro lado, es igualmente cierto, al abordar el rápido crecimiento y la composición de los CDR, que la presentación de la –futura- construcción republicana en términos cuasi revolucionarios, incluso insurreccionales, con un papel destacado de la Candidatura d’Unitat Popular (CUP) y su entorno organizado extra-parlamentario, ha sido uno de los factores determinantes en el rápido crecimiento de este movimiento popular en apariencia autónomo, autogestionado y descentralizado. Sin embargo, y dicho esto, es innegable que estas experiencias, surgidas de la voluntad de articular espacios de resistencia autónoma en defensa primero del referéndum del primero de octubre y más tarde de la República, en ocasiones claramente disidentes con la línea marcada por la Assemblea Nacional Catalana (ANC), Òmnium Cultural o el propio Estado Mayor del procés, y algunos directamente vinculados con espacios pertenecientes al movimiento libertario, nunca consiguieron revertir –ni de lejos- la deriva autoritaria, personalista y profundamente demagoga, por populista, de las instancias que orquestaban la melodía bajo la que se sucedían los acontecimientos[12]. Tampoco, por desgracia, hubo manera de articular una lucha en el plano discursivo, es decir, contrahegemónica, como comentaba más arriba, dirigida a enfrentar el relato independentista mainstream –en ocasiones, lastrado con preocupantes tics esencialistas, cuando no supremacistas-, desacomplejada a la vez que profundamente antagonista, monopolizada por aquellos que propugnan el refuerzo y la recentralización del Estado.
Con intención de seguir avanzando, es menester abordar una cuestión acuciante. ¿Por qué no se ha mantenido firme, en la calle, el pulso movilizatorio? Por qué, incluso en situaciones graves de represión por parte del Estado, violencia policial indiscriminada y encarcelamiento de destacados dirigentes independentistas, no ha tenido lugar el desborde popular y de ruptura por abajo que se profetizaba desde ciertos sectores de la izquierda alternativa[13]. Y lo que aun es más preocupante, si cabe. Cómo explicar el silencio –incluyendo, obviamente, la inacción, la actitud meramente contemplativa- de las bases independentistas ante las proclamaciones frustradas de la República Catalana, los días 10 y 27 de octubre del pasado año. O, de forma más reciente, frente a la aceptación explícita del ordenamiento constitucional en diversas ocasiones tras la intervención de la Generalitat por medio de la aplicación del artículo 155 de la Carta Magna[14]. Para abordar estas cuestiones, sin duda harto complejas pero no menos acuciantes, a mi parecer, es imperativo inferir, aunque no transciendan la provisionalidad, algunas de las características más significativas del movimiento político independentista contemporáneo. A saber, la importancia de las redes sociales digitales –especialmente Twitter- como ecosistemas emergentes de politización y, de forma coherente con esto, la primacía del personalismo y las relaciones de dependencia –heterónomas- entre las capas dirigentes y la base del movimiento independentistas.
Desde el punto de vista de los procesos de politización, es decir, de cómo las personas se socializan para actuar políticamente, las redes sociales digitales actúan, y así lo han hecho en el proceso independentista, a imagen de máquinas expendedoras de eslóganes, de posicionamientos simples, fácilmente digeribles, fundamentados en ideas fuerza –pura retórica motivacional aplicada a lo político-, pensadas para el combate puramente espectacular, donde cada mensaje ejerce de aglutinante del relato oficial considerado en su conjunto. En este singular entorno de politización, donde la brevedad y el abandono de la crítica emergen como requisitos necesarios, el texto, la escritura, al existir siempre de forma incompleta, no se diferencia jamás de la imagen misma. Es por esto que el ya clásico aforismo de Guy Debord cobra fuerza, de nuevo, en nuestros días, a cincuenta años del mayo francés, cuando afirma que el espectáculo no es una simple acumulación, o una mera concatenación ordenada, de imágenes, sino una relación social , en nuestro caso un proceso político, mediatizado por imágenes. Jerarquizado por, y puesto al servicio de, la estética y la representación con la mirada puesta en las oscilaciones preferenciales de consumidores-votantes, fundamentalmente en su condición de súbditos de la colonización tecnológica. Con el dominio visual, la reflexión y el pensamiento crítico perecen a los pies de los grandes colosos de la nueva intelectualidad, verdaderos maestros de los 280 caracteres, auténticos monarcas de la fugacidad argumental y la corrección política. Esta es la politización 3.0. La asunción generalizada de los instrumentos necesarios para que la censura sea autoadministrada, complementando de forma brillante los mecanismos clásicos de control social y vigilancia operados por las instituciones tradicionales.
La movilización independentista, pues, en su versión multitudinaria, ha cabalgado a lomos de una politización aparente, falsa, significativamente incapaz de accionar, vacía de praxis –también en lo teórico-; una politización, como se ha dicho, sospechosa y excesivamente permeable a la irrupción del personalismo y la demagogia populista que identifica individuos con causas políticas, por legítimas que estas sean. El abono perfecto para el desarrollo de la heteronomía, para la dependencia del otro. Sin ir más lejos, la muerte de la autonomía política y organizativa. En este sentido, no deja de ser curioso que un movimiento que se había proclamado, ya en sus inicios, renovador desde el punto de vista democrático, que ha insistido tozudamente en la importancia de impulsar un proyecto constituyente sin exclusiones, que garantizara el máximo de aportaciones, para conformar –de la forma más plural e inclusiva posible- la nueva realidad institucional republicana, se haya visto tan absolutamente permeable al dictado arbitrario de unas pocas personas. Hasta tal punto dependiente de las decisiones tomadas por terceros en espacios totalmente alejados de la cotidianidad inmediata de los individuos de a pie, así como, obviamente, de la realidad de conjunto de los desposeídos, de la clase trabajadora.[15]
El fin de las sonrisas
La política, a lo largo y ancho del proceso independentista, nunca abandonó el parlamentarismo y la primacía del espectáculo, de las instancias separadas, de lo mercantil. Cuando la autodeterminación, por poner un ejemplo, queda subordinada a una gran estrategia de marketing, la revolución se reduce al acto mismo de adquirir una urna de juguete para colocarla en nuestra mesa de trabajo y mostrar a los demás lo demócratas que somos. La democracia reviste edificios y avenidas enteras, se hace más presente que nunca –de forma curiosa- en el momento en que su inexistencia es absolutamente evidente[16]. Siempre fue un simple espejismo, una ilusión. La desigualdad, la pobreza y la miseria que lubrican los engranajes del capitalismo, tiñen de negro, sin remisión, el colorido de los desfiles republicanos. El grito por la existencia, la lucha por una vida librada del trabajo forzado y el dominio de las abstracciones, de lo mercantil, lo patriarcal y la represión burocrática, deslucen el desfile que ondea –nuevamente, haciendo abstracción de cualquier realidad material- la raída bandera de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Por todo ello, en nuestros días, se torna imperativo, inaplazable, totalmente necesario, retomar la crítica a las manifestaciones autoritarias de la pretendida izquierda transformadora, especialmente la que viste vistosos ropajes anticapitalistas. Su abandono, su descuido absoluto, constituye el resultado evidente, palmario, de casi seis largos años de desactivación política en Cataluña, especialmente en Barcelona y su gran área metropolitana[17].
En el marco del proceso independentista, nunca hubo una alternativa sistémica real sobre la mesa, ni siquiera por parte de aquellos que niegan, vistosamente –sin duda-, el capitalismo. Nunca se pusieron en cuestión los pilares sobre los que éste se asienta, nadie mostró interés alguno en hacerlo de forma inequívoca e inaplazable. Sorprende aun más, si cabe, la ausencia inexplicable –sin consideramos plausible la hipótesis de la revuelta, de la revolución política- de un movimiento contracultural que acompañe el movimiento político, a diferencia de lo ocurrido en numerosos episodios de efervescencia social a lo largo de la historia. En este sentido, y a propósito de su cincuenta aniversario, es oportuno hacer notar el profundo contraste con la efervescencia social y política, sin olvidar la fértil aportación teórico-artística de la que fue contemporánea, que hizo temblar los cimientos del capitalismo francés en mayo de 1968, y cuyas réplicas a lo largo del planeta otorgaron al fenómeno una dimensión mundial. En realidad, cualquier analogía es simplemente ridícula. Los obreros y estudiantes, reunidos salvajemente en las calles de París, buscaron la playa, es decir, su propia determinación consciente, bajo los adoquines, rara vez rehuyeron el enfrentamiento, así como tampoco dejaron de ser conscientes de la naturaleza del Estado. Hoy, en Catalunya, la sublimación emancipadora pasa, necesaria y ordenadamente, por el voto y la delegación política, por la sacralización institucional y la entronización de símbolos que evocan un destino común obviando aquellos y aquellas que son expulsados a diario de la existencia en sociedad, a los que negamos el reconocimiento, por el mero hecho de no poseer otro de nuestros fetiches estrella, el alcahuete universal. En una palabra: dinero.
Por el contrario, y como premisa necesaria para revertir buena parte de lo anterior, es urgente la emergencia de una politización en simbiosis con el territorio, susceptible de generar –y entrelazarse mediante- relaciones sociales tangibles, no jerarquizadas ni subordinadas, con ánimo de construir verdaderas comunidades emancipadas. Una politización fuertemente comprometida con la negación despiadada de las categorías en las que se fundamenta el capitalismo: valor, dinero, trabajo abstracto, esto es, forzado, asalariado y mercancía. Una politización, a su vez, enfrentada sin matices al desarrollismo -que amenaza gravemente la vida de las nuevas generaciones en nuestro planeta-, a la colonización tecnológica y beligerante con el dominio del patriarcado. Es por esto que, y enfrentando el final, no es posible dejar de hacer notar, de reconocer, la legítima aspiración de quienes desean llegar a vertebrar espacios convivenciales de autonomía, autogestión y solidaridad. Quizá sea esto, únicamente, y de forma muy humilde, lo que ven algunos al cerrar los ojos y pensar en autodeterminación, en un escenario, no muy lejano, a poder ser, de autorrealización consciente, militante, y superación definitiva de la ingenuidad política, de la adhesión religiosa a lo abstracto. El abandono de las naciones, las banderas y los himnos, de aquello que cobra vida justo cuando renunciamos a enfrentar nuestra existencia sin tutelas, de forma autónoma, despreciando cualquier identidad de consumo rápido –simpática, dispensadora de éxito, infantil-, alejada del sufrimiento cotidiano y de cómo nos conjuramos para negarlo. Nada fuera de lo común, solo el fin de las sonrisas.
[1] Dos de ellos forman parte del emergente sector –en Cataluña, al menos- del periodismo cooperativo con vocación transformadora: Directa y Setembre. Debo enviar un agradecimiento especial al segundo, cuya edición corre a cargo de la cooperativa de periodistas -afincada en Vic (Barcelona)- Dies d’Agost, por mostrarse siempre predispuesto a publicar mis reflexiones, muchas veces incómodas, especialmente en los meses de septiembre y octubre del pasado año. El otro, Viu Molins de Rei, es un rotativo digital de ámbito local.
[2] Véase, a modo de ejemplo, y aceptando que plantea una crítica parcial, López-Petit, Santiago. Catalunya com a laboratori polític. Crític. 27/11/17. Disponible en http://www.elcritic.cat/blogs/sentitcritic/2017/11/27/catalunya-com-a-laboratori-politic/
[3] Concretamente, el origen de este texto se encuentra en el artículo El fetitxisme del procés (i el seu secret) publicado en Directa el 26/01/17, disponible en https://directa.cat/actualitat/fetitxisme-del-proces-seu-secret/ . Para una versión castellana, véase la traducción publicada por el blog Agintea Hausten, disponible en https://aginteahausten.wordpress.com/2017/11/06/el-fetichismo-del-proces-y-su-secreto/
[4] Este excesivo sociologismo –quizá, cierto abuso del concepto marxiano de sujeto automático– ha dado pie a los primeros cuestionamientos que tiene que enfrentar la Wertkritik. Véase Angulo, Mikel. De la teoría del valor al marxismo sin clases. Para una crítica del ‘marxismo de la circulación’. Res Pública. Revista de Historia de las Ideas Políticas. Vol. 19. Núm. 1 (2016): 233-241.
[5] Lukácks en Historia y conciencia de clase otorgaría fuerza a la tesis de la Wertkritik al sentenciar que el hecho diferencial del marxismo –en contraste con la ciencia burguesa- no es tanto el predominio de los motivos económicos en la explicación de la historia, sino el punto de vista de la totalidad.
[6] Jappe, Anselm (2016) Las aventuras de la mercancía. Pepitas Ed. Logroño. Pág. 40.
[7] Al final, el aparente desenlace del proceso soberanista ha revelado múltiples paralelismos con el movimiento de renovación democrática nacido a raíz de las ocupaciones de plazas en mayo de 2011 y cuyo desenlace institucional, así como su derivación realpolitik del asalto a los cielos, es sobradamente conocida. Para una valoración del 11M desde una perspectiva crítica, esto es, autónoma, véase: Colectivo Cul de Sac (2013) 15M. Obedecer bajo la forma de la rebelión.Tesis sobre la indignación y su tiempo. Ediciones El Salmon, Alicante. También, Arriaza, Isaac. Una vaga de somriures. Setembre, 30/09/17. Disponible en http://www.elsetembre.cat/noticia/273/vaga/somriures
[8] Amorós, M. Una crítica libertaria de la izquierda del capitalismo. Argelaga, Revista Antidesarrollista y Libertaria. Verano 2016, Barcelona. En otro orden de cosas, y a colación de lo que ahora nos ocupa, sobre la opinión de Amorós respecto a la actualidad política catalana, véase Carta a Tomás Ibañez, disponible en http://kaosenlared.net/carta-tomas-ibanez/
[9] Arriaza, Isaac. El fetitxisme del procés i el seu secret. Directa, 26/01/17.
[10] Amorós, M. Una crítica libertaria de la izquierda del capitalismo.
[11] Arriaza, Isaac. Metamorfosi d’un mambo. Setembre, 23/10. Disponible en http://www.elsetembre.cat/noticia/304/metamorfosi/mambo
[12] Mención obligada para el CDR de Vallcarca y el Comité de Defensa del Barrio (CDB) en Poble Sec, sendos barrios históricamente combativos de la ciudad de Barcelona. La tensión generada por éstos en orden de preservar cierta autonomía, se hizo bien patente al comprobar cómo el surgimiento, aparentemente espontáneo de la mayoría de CDR, ocultaba una estrecha relación –íntima, en mi opinión- de los mismos con el entramado organizativo de la izquierda independentista y, obviamente, con la CUP. Al principio solo fue una sospecha razonable, más tarde se hizo absolutamente patente hasta tal punto que el mismo Carles Riera, su último cabeza de lista, llegó a admitir, sin tapujos, la propiedad de los comités republicanos (véase
http://www.lavanguardia.com/politica/20171211/433560760149/carles-riera-candidato-cup-elecciones-catalunya.html). Es preciso hacer notar que el CDB de Poble Sec, vinculado al Ateneu La Base, fue de los primeros a plantear una denominación propia significando, así, que su lucha transcendía –de largo- la reivindicación estatal-republicana.
[13] El esfuerzo propagandístico realizado por algunos diputados y conocidos militantes de la CUP ha sido, sin duda alguna, tan encomiable como inverosímil.
[14] Y no únicamente fue problemática de argumentar la aceptación –sorprendentemente rápida- de la convocatoria de elecciones autonómicas por parte de quien la noche anterior declaraba habitar una nueva realidad republicana. El 17 de enero, en su discurso de toma de posesión como nuevo presidente del Parlament de Catalunya, en la XII legislatura autonómica, Roger Torrent, miembro de ERC, obviaba absolutamente cualquier referencia al ordenamiento jurídico nacido tras la proclamación del 27 de octubre cuya legitimidad, según el relato oficial, emanaba del resultado del referéndum celebrado, pese a la actuación de la Guardia Civil y la Policía Nacional, así como la inoperancia de los Mossos d’Esquadra siquiera para defender a los sufragistas, el primero del mismo mes.
[15] En su momento, no era extraño recibir testimonios de personas que, tras la confusión generada por la extraña proclamación republicana del 27 de octubre, seguían confiando en la existencia de un ´plan B´ diseñado por los estrategas del proceso soberanista. Que el propio Puigdemont exista todavía –escribo esta nota al pie el 21 de enero- como un símbolo difícilmente disociable de la propia reivindicación independentista, incluso cuando surgen las primeras voces disidentes, un fetiche como apuntaba más arriba, viene a corroborar la primacía de los liderazgos y el sometimiento –la subsidiariedad- de cualquier esfuerzo autónomo, por entusiasta que fuese.
[16] López-Petit, S. Catalunya com a laboratori polític.
[17] Los términos a partir de los cuales, tomando 2012 como punto de inflexión y fin de un ciclo de luchas especialmente intensas desde 2008, el antagonismo político ha visto profundamente mermada su capacidad para plantear escenarios de lucha real, enraizados en lo cotidiano, ante las nocividades del capitalismo, merecerían –como mínimo- un artículo aparte.