Autoría: Gaspar M.B. (Abrigaño-Grupo de Estudios Castellanos)
Imperiofilia. Estado de la cuestión.
Admitamos la realidad: el éxito en ventas de Imperiofobia y leyenda negra [1] (en adelante Imperiofobia) es una muestra explícita de la buena recepción que tiene el contenido del libro y el mensaje que Roca Barea lanza al público español. Hay una necesidad de gran parte de la población española de reconciliarse con un pasado que se antoja oscuro y vergonzante. Se puede intentar analizar el rearme español en una clave más amplia dentro de un rearme cultural en varios frentes del nacionalismo español, que está coagulando en un movimiento social que ya se ha manifestado en movilizaciones como las del otoño de 2017 o el crecimiento de Vox en 2019. Sin embargo, el fenómeno discursivo respecto a la leyenda negra y el imperio español es el más sugerente y el que es más necesario mirar de cara, por ello motiva estas líneas.
Se puede dar una explicación política de este rearme nacionalista que explique la utilidad de esta posición en clave nacional. La explicación política del por qué se produce ahora esta necesidad masiva de limpiar el nombre de los héroes de la hispanidad parece simple en una larga crisis de régimen como la que vivimos y que necesita buscar mayorías sociales que defiendan al Estado Español tal y como ha sido en las últimas décadas. Sin embargo, esta explicación política no da un por qué, sino un para qué. El propio Perez Reverte señala que este éxito se apoya en una “derecha política necesitada de vitaminas para su anemia intelectual”. Este reconocible icono de la derecha cultural recurre a una explicación política y politizante del fenómeno con un argumento que lo único que señala es la simpleza intelectual de ese gran segmento de la población que ha recibido de brazos abiertos este libro y este discurso. Adjudicar enteramente a la instrumentalización política el éxito de difusión de estas ideas obvia que quienes están leyendo con voracidad a Roca Barea no son un puñado de iletrados que es la primera vez que abren un libro y a quienes se ha convencido con un meme. No es así y enrocarse en ese juicio es negar una realidad.
El libro Imperiofobia (y su hermano pequeño Fracasología [2], recién salido) son ensayos que ofrecen un relato históricamente sólido a pesar de no ser historiográficamente rigurosos. En eso no es necesario entrar como ya están entrando otros autores, porque el contenido de Imperiofobia tiene más que ver con el relato que construye que con las fuentes de las que se sirve. La acogida de Imperiofobia se explica porque la narración que ofrece es sólida y está comprometida con una sensibilidad que se ve fuertemente respaldada con la defensa del papel histórico de la monarquía hispánica en el mundo, la reivindicación de su legado y su vindicación frente a otras potencias históricas que crearon una leyenda negra que ha pervivido siglos. Si la leyenda negra es una articulación de intereses antiespañoles que fructifica en cada conflicto (interno o externo) al que se enfrenta lo hispánico, entonces existe una hispanidad sólidamente constituida con voluntad imperial a través de los siglos. De nuevo, hay una instrumentalización política de este espectro más que a la vista, pero como ya se ha señalado eso no es lo principal. Lo principal aquí es explicar por qué existe esa sensibilidad que necesita del pasado imperial.
Sensibilidad, identidad, arraigo
La clave necesaria para explicar el nacimiento de esa “necesidad imperial” no se encuentra en una ideología política. En tanto que sensibilidad, responde a una respuesta emocional que reside en un nivel más íntimo. Simpatizar con un relato histórico es parte de la construcción de una identidad nacional, en este caso española, pero de nuevo la adscripción a una identidad nacional no es suficiente para explicar la necesidad de recibir un relato histórico. La motivación para vincularse a un relato como el de Imperiofobia está en la necesidad de arraigar. El arraigo es un concepto que, por definición, está asociado a la seguridad: establecerse de manera firme. Arraigar tiene que ver con la necesidad de seguridad, de estabilidad, de permanencia [3]. Y el arraigo en un territorio, una historia o una cultura es algo que nos permite construir una identidad con un anclaje que percibimos como sólido.
De manera complementaria al arraigo está, como se indica, la identidad. La identidad es esa construcción subjetiva con la que nos leemos individual y colectivamente y que tiene la virtud contradictoria de servir para vincularnos a unas personas y para diferenciarnos de otras. Sobre la construcción de la identidad se vierten ríos de tinta debido a la explosión de polémicas al respecto y a la existencia de profundos y graves conflictos sociales que, según parece, pivotan en torno a la identidad de los agentes que participan en ellos. Decir como se ha dicho en párrafos anteriores que las “identidades se construyen” es una metáfora que se ha exagerado recurrentemente, omitiendo la importancia del arraigo en ese proceso complejo, colectivo e histórico que es definir una identidad de grupo capaz de constituir una consciencia compartida en un grupo humano. La identidad no se sintetiza como se puede sintetizar un compuesto, de manera intencional y bajo un diseño establecido. La identidad es el resultado de un proceso que es simultáneamente colectivo y personal y que va definiendo un espacio de percepción compartido y que requiere de varios elementos culturales, materiales o simbólicos entre los que hay que destacar aquellos asociados a un arraigo [4]. Así, hay identidades cuyo mayor valor es la comunidad de un idioma, otras en las que es la conducta sexual y otras el territorio que se comparte. Pero compartir unas circunstancias vitales no es lo mismo que anclar nuestras seguridades personales en la percepción de que dichas circunstancias son firmes y también lo son para el resto de personas a las que nos vinculamos. El arraigo permite desplegar identidades más sólidas en el tiempo y cuya formación tiene un potencial comunitario mayor, porque enlazan mucho mejor con una necesidad humana básica como es tener una referencia estable en el tiempo y la seguridad de que va a permanecer. [5]
Aterrizando estas valoraciones, el caso imperial español nos indica cómo esa gran cantidad de españoles necesitados de una identidad nacional española convincente y sólida están reemplazando una identidad sostenida por elementos endebles asociados a una cultura de masas (la selección, la bandera, Manolo Escobar…) por una identidad con un arraigo histórico definido. Es importante señalar aquí cómo la sensibilidad española no se basa especialmente en un arraigo territorial: lo mismo da asociar su país a la Península Ibérica, al mapa constitucional con Canarias en una caja o al reparto del mundo del Tratado de Tordesillas. Lo importante del arraigo histórico español es la idea de la “comunidad de destino”, una fórmula con la que designar la idea lo español como un “proyecto histórico” asociado a la monarquía hispánica y compuesto de varios elementos: los valores y el tradicionalismo católico, la vocación expansiva y universal… Cuando España se define como nación liberal tras 1812, los elementos que permitían hablar de este proyecto histórico estaban en franco retroceso, lo que rompió la posibilidad de arraigar la identidad española en él como se está consiguiendo hacer ahora a través de los mecanismos discursivos que se recogen en Imperiofobia. Por ello se señala en estas líneas la importancia de este avance entre todos los demás elementos culturales del nacionalismo español como el más relevante.
Arraigar en un mito
El arraigo en una historia o en un proyecto histórico tiene una potencialidad diferente y radical respecto a los arraigos anclados en el territorio o la etnia. La historia y la religión tienen una vocación de trascendencia que no nos vincula con una simple lectura de la historia, con una interpretación intencionada de unos hechos. El arraigo en una historia nos permite insertarnos individual y colectivamente en un sentido de la historia que se encadena con el sentido de las vidas particulares de quienes se ven interpelados por ese arraigo. El potencial emocional que puede movilizar una identidad asociada a un sentido de la historia sería una explicación del poder del nacionalismo y la religión en el mundo moderno como fuerzas telúricas de las hegemonías sociales. Las componentes míticas del nacionalismo, la religión o algunas ideologías milenaristas tienen que ver con el poder del mito en la construcción de hegemonías. La mitología, la historia, la religión…son sistemas culturales que interpelan la necesidad de trascendencia de las personas, esto es: una necesidad de desarrollar una espiritualidad para ir más allá del tiempo y el espacio que ocupa nuestro cuerpo físico. El arraigo en estos sistemas culturales no sólo articula esas identidades sólidas que se han señalado, sino que además permite afrontar una necesidad de espiritualidad que la modernidad parecía haber laminado a base de racionalismo y materialidad. [6]
Pero la trascendencia es un elemento cultural que está a la orden del día. Sin pretender un análisis exhaustivo de la penetración de lo espiritual y lo trascendente en los sistemas culturales que nos envuelven, baste con señalar el impacto en la cultura de masas de esa necesidad de trascendencia a través de su reflejo en la ficción. Por lo general, la propia explosión de la literatura de ficción aparejada al desarrollo de la modernidad nos pone en la pista de qué pueda haber sido una evolución complementaria por mutua necesidad. La obra de ficción literaria que a menudo se señala cómo más influyente del siglo XX es El Señor de los Anillos de JRR Tolkien. Sus más de 100 millones de copias vendidas desde su publicación, su exitosa adaptación cinematográfica y la existencia de una cosmología literaria como trasfondo nos sitúa ante un fenómeno cultural de primer orden que obviamente hace palidecer si se pretende comparar con el éxito de Roca Barea. En El Señor de los Anillos nos encontramos un relato que nos habla sistemáticamente de la trascendencia [7] como motor de la Historia universal de Arda y del relato que se cuenta: numenoreanos que miran en silencio al oeste antes de cenar en recuerdo a sus orígenes, primeros nacidos cuyo destino es viajar con su pueblo más allá de los mares y medianos que están dispuestos a ir al mismo infierno con tal de preservar para los suyos su modo de vida ancestral. La influencia de esta obra es mayúscula, trasladando ese sustrato espiritual a otras tantas ficciones de masas que nos hablan de vincularnos a pasados míticos en aventuras épicas como manera de defender lo que es correcto que encajan perfectamente en la cultura de masas: el caso de Star Wars es otro ejemplo cómo una ficción que versa fundamentalmente de esa trascendencia se convierte en un icono cultural internacional e intergeneracional. Que relatos cuya columna vertebral sea esta trascendencia sean masivos tal vez pueda ponernos en la pista de cuál ha sido el sustrato cultural de algunas manifestaciones de la descomposición ideológica del occidente globalizado, desde el Brexit hasta Rojava. La combinación de tres dispositivos inmateriales como son identidad, arraigo y trascendencia en las sociedades de hoy explica los giros ideológicos que se vienen dando en las dos últimas décadas de manera más adecuada que si vemos sólo uno de sus componentes o intentamos explicar los cambios por su manifestación consecuente: los cambios políticos.
¿Qué tiene que ver esto con la identidad nacional española? Pues en que el giro imperiófilo recoge lo sembrado por esta industria cultural que nos muestra a través de relatos épicos que hay una trascendencia por descubrir que nace en el arraigo a la historia de nuestro pueblo. El nacionalismo español está reconstituyendo una identidad nacional con el arraigo en una historia que le permite dar un sentido vital trascendente a quienes se sienten interpelados por esta sensibilidad. Esto supone un salto cualitativo significativo respecto de quienes se adscribían a lo español por motivaciones netamente políticas (motivaciones instrumentales) o por simple repulsión de lo-que-no-son (ser españoles para no ser rojos, separatistas, extranjeros), ambos mecanismos básicos de agregación del nacionalismo español tal y como era hasta ahora. Pero la adscripción a una identidad nacional española no debe leerse como una simple inclinación personal, como una cuestión de gusto o un derecho individual. La identidad nacional es un dispositivo colectivo que se inserta en una formación social determinada, complementando así un sistema de poderes y procesos que dan lugar a un sistema social [8]. La identidad nacional española es una parte fundamental del sistema que domina las vidas de millones de personas y de una parte considerable del planeta. [9]
Nacionalismo más allá de lo español
No puede pasar más tiempo sin entrar en la materia realmente conflictiva de la identidad nacional española, que es su dimensión nacional. La cuestión nacional es un asunto crucial de nuestras sociedades y de nuestra época. Si hasta ahora se ha rastreado la motivación de las personas interpeladas por el nacionalismo español hasta llegar a las nociones de arraigo, identidad y trascendencia, ahora se hace necesario hablar de procesos históricos que se superponen. Las necesidades humanas de arraigo, identidad y trascendencia pueden explicar por qué todas las personas nos vemos empujadas a vincularnos a sensibilidades colectivas de algún tipo: identidades nacionales, credos religiosos, ideologías de clase… pero no explican por qué triunfan las sensibilidades colectivas que hoy lo hacen: por qué pervive el nacionalismo, por qué avanzan las religiones con perfil étnico, por qué mengua la identidad de clase…
Partamos de una evidencia: en nuestra sociedad lo principal no es responder a las necesidades humanas. Del mismo modo que no imperan las necesidades de seguridad, alimentación, salud o bienestar no imperan las necesidades subjetivas como el arraigo, la identidad o la trascendencia. Porque del mismo modo en que sobre las necesidades humanas opera un proceso que sustituye la cobertura de esas necesidades por la cobertura de las necesidades de las cosas, ese proceso afecta al plano de necesidades subjetivas. El valor en nuestra sociedad no lo constituye el coste que tienen las cosas, ni la utilidad de las mismas, sino que se define en un proceso de iteración social autónomo y automático. [10] Que el valor en nuestra sociedad marque la dinámica de la sociedad misma hace que las necesidades humanas estén subordinadas a producir ese valor y en esa operación quedan subordinadas también aquellas necesidades que se abordan en estas líneas. [11] Por ejemplo: de la misma manera que nuestra necesidad de alimentarnos está subordinada a que vendamos nuestra fuerza de trabajo para conseguir productos con los que hacerlo, participando así del proceso de producción de valor; para satisfacer nuestra necesidad de vincularnos a otras personas sólo resultan funcionales aquellas esferas de socialización que son de algún modo funcionales al proceso del valor. Así ha sido históricamente con las relaciones de dominación. La dominación social precapitalista adoptó una gran variedad de formas sociales, si bien sólo algunas de esas formas se han adaptado a este proceso del valor en el capitalismo.
En el caso de la nación esto resulta hasta intuitivo: el colectivo humano que conforma un espacio -territorial y social- internamente coherente para este proceso forma más sencillamente dispositivos institucionales que posibilitan el proceso del valor. Mercados, estados nacionales, empresas, banca…todo un conjunto de dispositivos institucionales cohesionados por elementos culturales, lingüísticos o geográficos que existen para permitir la realización del valor y su permanente reproducción. [12] La inversión y la fantasmagoría resultan de pensar que las personas nos asociamos en naciones por una cuestión ancestral o histórica cuando la configuración actual de las naciones capitalistas ha respondido, sin excepción, a un proceso de desarrollo capitalista para habilitar espacios sociales en los que generar valor. [13] Es por ello que la configuración de las identidades nacionales son extrañamente similares hasta ser casi intercambiables salvo por algunos componentes simbólicos: colores, formas y orden de los sonidos. Esto es así por la manera de pensar el territorio que responde a una metageografía que ha laminado todo lo que no es funcional al sistema de estados-nación capitalistas. La identidad nacional es una reducción de la identidad colectiva y del arraigo a una simplificación que vacía absolutamente la dimensión social de la identidad. Y sin embargo, la necesidad de identidad, arraigo y trascendencia existe y empuja esta ficción colectiva.
Vincularnos a…qué
La identidad nacional española no puede asociarse más que a la formación social capitalista que resulta del imperio español. No tiene sustancia propia ni se ha configurado históricamente más que bajo sus coordenadas: primero bajo la monarquía hispánica, [14] luego bajo el liberalismo español y después por el fascismo. La pretensión de republicanizar esta identidad retomando el hilo liberal o de re-imperializar esta identidad retomando el hilo hispánico no resuelve la principal contradicción de esta identidad: es una identidad inútil para establecer vinculaciones sociales fuera de los marcos institucionales del capitalismo. La población sujeta a la monarquía hispánica y al estado español bajo sus decenas de formas han tendido sistemáticamente a vincularse mutuamente bajo otro tipo de construcciones identitarias basadas en arraigos precapitalistas con la única excepción de algunos proyectos revolucionarios con base cosmopolita. [15] Los arraigos que a un lado y al otro del Atlántico se han despertado sólo en algunos casos han podido conformar identidades nacionales con entidad propia, allí donde ha habido clases sociales dispuestas a crear espacios en los que el proceso del valor les resultada más favorable. Pero ni ha sido así siempre ni es así en todos los casos, habiendo casos en los que la conformación nacional era secundaria pero no la construcción colectiva sustentada en identidad y arraigo: las comunidades de Castilla, el cantonalismo en el siglo XIX, el indigenismo en el s. XXI… Ni tiene por qué ser así en todos los casos que vengan y en ese sentido apuntan las lecturas descoloniales que se hacen de nuestros pueblos a ambos lados del atlántico post-imperial.
La carencia sistemática de los proyectos de democracia radical en clave revolucionaria ha sido descuidar el punto ciego de atender a la construcción de identidades y arraigos colectivos que cohesiona a la población y responde a una necesidad de seguridad que no es menor. [16] Como se ha señalado, bajo el capitalismo hay mecanismos para dar respuesta a esta necesidad y que a la vez esto sirva para alimentar el funcionamiento de su propio proceso mediante identidades nacionales que vacían la pertenencia y la reducen a un fetiche compuesto por una bandera, un mapa –una frontera-, un himno y, si acaso, un relato histórico que explique lo que ocurre. Esos mecanismos han cortocircuitado en ocasiones las tentativas de la democracia radical y ahora mismo suponen un cortafuegos a cualquier proyecto de autonomía social porque se imponen como un cordón umbilical blindado a la hegemonía cultural del capitalismo y su proceso. Frente a esto resulta necesario contraponer arraigos e identidades cuyo valor sea vincular personas y darnos un sentido histórico propio que afirme nuestra autonomía frente a lo imperial.
Gaspar M. B.
Abrigaño, Grupo de Estudios Castellanos
Castilla, enero de 2020
[1] Maria Elvira Roca Barea. 2016. Imperiofobia y leyenda negra. Ed. Siruela
[2] Maria Elvira Roca Barea. 2019. Fracasologia. España y sus elites: de los afrancesados a nuestros días. Ed. Espasa Libros
[3] “…el sentimiento de pertenencia a un grupo, construido a través de la conexión emocional entre sus miembros, no sólo es imprescindible, sino que constituye la única estrategia irrenunciable de todo ser humano para poder sentir seguridad sobre su capacidad de supervivencia: ésta puede generarse activando exclusivamente mecanismos emocionales (los mitos de los cazadores-recolectores) sin que existan los racionales; pero no puede generarse a través de mecanismos racionales sin que existan los emocionales.” Almudena Hernando. 2018. La fantasía de la individualidad. Sobre la construcción histórica del sujeto moderno. Ed. Traficantes de Sueños. p.37
[4] “[Hay] una constante interacción y codeterminación entre la sociedad y las personas, en el sentido de que, con su lenguaje, sus normas, sus prohibiciones o su conocimiento, la sociedad va definiendo el modo de ser persona de quienes nacen en ella, y debido al particular modo en que han sido socializadas las personas van generando a su vez nuevas dinámicas que irán definiendo y cambiando poco a poco su sociedad.” Ibid. p.92
[5] Para una explicación más rigurosa de la construcción de identidades es necesario problematizar la escisión entre identidades relaciones e identidades individuales y la función histórica de ambas en el desarrollo del patriarcado. Ver Almudena Hurtado (2018).
[6] Así lo explica Clara Ramas: “El intento liberal de producir “partículas elementales” (Houellebecq) en lugar de seres humanos topa con un límite irrebasable, antropológico: la necesidad de contarnos quiénes somos, de proyectarnos como colectivo, como un nosotros. Por eso Gramsci estaba fascinado por la noción de “mito” de Sorel: una ideología que no es fría utopía ni doctrina, sino, escribe el sardo, “una creación de fantasía concreta que actúa sobre el pueblo disperso y pulverizado para suscitar y organizar en él la voluntad colectiva”. Suscitar la voluntad colectiva en un pueblo pulverizado: efectivamente, para Sorel, el mito no remite al pasado. Habla de los orígenes, pero para incitar en el presente a lo que sucederá: solo es sagrado si socializa. No es verdadero ni falso: es fecundo o no. Su valor es operativo.”
[7] Jospeh Pearce.2000. Tolkien. Hombre y mito. Ed. Minotauro
[8] Rudolf Rocker. 1936. Nacionalismo y Cultura
[9] Sobre la aparición del estado –en concreto el español- y como de los primeros ciclos de acumulación capitalista se llega al sistema-mundo actual, ver el libro 1 de “En la espiral de la energía”: Ramón Fernández Durán y Luis González Reyes. 2018. En la espiral de la energía. Ed. Libros en Acción.
[10] Karl Marx. 1976. El Capital (Libro 1 – Tomo 1). Ed. Akal.
[11] Ver: El valor como proyección. Anselm Jappe.2016. Las aventuras de la mercancía. (pp.183-192). Ed. Pepitas de Calabaza
[12] Álvaro García Linera. 2015. Forma valor y forma comunidad. Ed. Traficantes de Sueños-IAEN
[13] Ver. Paralelo forma valor-forma republicana. Nestor Kohan. 2013. Nuestro Marx. Ed. La Oveja Roja
[14] “España fue la primera gran potencia del mundo, y sus esfuerzos en el terreno del poder político influyeron enormemente en la politica europea; pero con el triunfo del Estado unitario español y con la brutal supresión de todos los derechos y libertades locales, se secaron las fuentes de toda la cultura material y espiritual, cayendo el país en un lastimoso estado de barbarie.” Rudolf Rocker. 1936. Nacionalismo y Cultura
[15] En el norte de la península ibérica el llamado “surco del carlismo” es un síntoma de este rechazo por el marco identitario español que se manifiesta tras el nacimiento de la nación española moderna.
[16] Ver Nacionalismo y cuestión nacional. Murray Bookchin. 2019. La próxima revolución. Ed. Virus.